Dando sentido a una guerra sin sentido
Reflexiones de James Elder, nuestro portavoz desde Ucrania, donde UNICEF apoya a las familias devastadas por el conflicto.
06/05/2022
Ira baja las escaleras hacia el búnker de la maternidad con rapidez pero con cautela, lleva a Veronika, su hija recién nacida. El sonido de la sirena antiaérea ya le produce bastante ansiedad, pero hay algo que pesa mucho más a Ira.
Hace dos meses tuvo gemelas. Veronika, con 1.800 kg al nacer, era un bebé de bajo peso, pero su hermana, Viktoria, era aún más pequeña: sólo pesaba 800 gramos y necesitaba una incubadora. Cuando las sirenas de la ciudad de Lviv advierten de otro posible ataque, Ira no tiene más remedio que dejar a Viktoria en la incubadora mientras lleva a su otra hija al refugio.
En Ucrania y en los países vecinos se han producido escenas desgarradoras de padres separados de sus hijos desde que comenzó la guerra, a veces brevemente, a veces indefinidamente. En solo dos meses, el conflicto ha obligado a la mitad de los niños del país a abandonar sus hogares. La escala y la velocidad de este desastre, es algo que el mundo no había visto desde la Segunda Guerra Mundial.
"El bombardeo se produjo muy, muy cerca de donde vivíamos, cerca de Kiev", me cuenta Ira desde el hospital. "No teníamos un búnker, así que nos escondimos en un aparcamiento. Dos días después, escapamos. A la mañana siguiente cayó un cohete allí".
Huyó de Kiev en tren. "Fue realmente estresante", dice. "No teníamos comida, ni agua, y todas las luces estaban apagadas por miedo a un ataque". Dos días después de llegar a Lviv, Ira dio a luz, seis semanas antes de lo previsto debido a la increíble tensión de la guerra que se desarrollaba a su alrededor. "Los médicos de aquí salvaron tres vidas", dice.
Es probable que los médicos del hospital que atienden a Ira y a sus hijas tengan que salvar muchas más vidas en las próximas semanas, el director del hospital cuenta que se está trabajando para reforzar las paredes del edificio y el búnker.
Ciudades sitiadas
He pasado la mayor parte de esta guerra en Lviv. Las calles empedradas de la ciudad -que suele albergar a unos 700.000 habitantes- están repletas de restaurantes y bares (aunque en un acto de solidaridad, el alcohol está actualmente prohibido).
Estos establecimientos, situados en medio de la famosa arquitectura barroca y renacentista de la ciudad, suelen estar repletos de turistas y estudiantes. Ahora, los edificios de la ciudad acogen a cientos de miles de personas de toda Ucrania, devastada por la guerra, que buscan refugio en otras ciudades sitiadas.
Situada en el extremo occidental del país, cerca de la frontera con Polonia, Lviv se ha convertido en un punto de partida para muchos de los más de 5 millones de personas que huyen a otros países. La ciudad también se ha considerado relativamente segura. Sin embargo, durante un fin de semana reciente, al menos media docena de misiles cayeron a pocos kilómetros del corazón de la ciudad.
Mientras la gente huía a búnkeres y sótanos, o simplemente se refugiaba en arcos de piedra, los rostros de los niños pequeños que buscaban seguridad tenían una mirada sombría de "otra vez no".
El andén del ferrocarril ha sido un mar de dolor y ansiedad. De los cientos de personas con las que he hablado, ninguna imaginaba que se vería obligada a huir de su hogar o de su país. Quieren volver a sus comunidades, quieren que sus hijos vayan a la escuela y jueguen en sus barrios, quieren reunirse con sus familias.
Pero por ahora, la guerra y la destrucción masiva de partes de las principales ciudades hacen que ese sea un sueño irrealizable.
UNICEF/UN0623973/Modola
Así que aquí estamos: maridos abrazando a sus esposas, despidiéndose, padres de rodillas explicando a sus hijas por qué papá no puede venir, padres explicando a sus hijos llorosos por qué deben quedarse y luchar.
Estas personas -fisioterapeutas, profesores, contables, mecánicos- quieren que sus familias puedan quedarse, pero saben que no tienen otra opción. En medio de las bombas, los misiles, el terror y el trauma, deben sacar a los niños.
Y así lo hacen. Las cifras son alucinantes. En Siria, pasaron alrededor de dos años y medio hasta que se alcanzó una marca sombría: un millón de niños refugiados. En Ucrania se tardó dos semanas. Este tsunami de niños que huyen -atemorizados, con cicatrices, desamparados- y que inundan Polonia, Rumanía, Eslovaquia, Hungría y otros países, representa la crisis humanitaria más urgente del mundo actual.
"Un ciclón que no se detiene"
Mientras escribo, más de dos millones de niños son refugiados. UNICEF está muy preocupado por muchos de ellos. Los niños que carecen del cuidado de sus padres corren un mayor riesgo de sufrir violencia, abusos y explotación. Cuando son trasladados a través de las fronteras, los riesgos se multiplican. La amenaza del tráfico de niños me quita el sueño.
La insensata escalada de la guerra en Ucrania supone una amenaza inmediata y creciente para el bienestar de todos y cada uno de los niños ucranianos. Cientos de niños han muerto, y muchos más han resultado heridos.
Los ataques a los hospitales parecen casi habituales, muchas escuelas han sido bombardeadas. Como me dijo otra madre: "No puedo creer lo que está sucediendo. Lo hemos perdido todo. Es un ciclón que no para".
UNICEF/UN0627019/Senna/AFP
Estamos en el terreno, con los niños
UNICEF trabaja incansablemente para hacer frente a este increíble desafío. Tengo colegas ucranianos que trabajan 16 horas al día y luego pasan algunas horas con sus propias familias, también desplazadas. Intentan robar tiempo de sueño durante la noche, aunque esto suele ser interrumpido por las sirenas de ataque aéreo, lo que obliga a todos a volver al búnker.
En los últimos dos meses, UNICEF ha entregado suministros médicos a más de 50 hospitales en nueve regiones, mejorando el acceso a la atención sanitaria de cientos de miles de madres, recién nacidos y niños. UNICEF sigue distribuyendo agua y artículos de higiene en las comunidades asediadas.
Trabajamos en todos los ámbitos, desde empresas de comunicación -compartiendo orientaciones sobre cómo pueden protegerse a sí mismos y a sus hijos de los riesgos de la trata- hasta autoridades locales, ya que buscamos una vigilancia más sólida.
Hemos comenzado a realizar transferencias de dinero en efectivo a familias vulnerables, dentro y fuera de Ucrania. Mientras tanto, cerca de los frentes en el este -desde donde estoy escribiendo- un pequeño y brillante equipo de emergencia está llegando a los niños y sus familias en refugios, en estaciones de tren, en hospitales y en búnkeres.
UNICEF/UN0625056/Klochko
Un 'dúo dinámico' muy especial
El Centro de Dnipro fue creado hace apenas un mes por Elias, el jefe de la emergencia en el este, desplegado desde nuestra sede de UNICEF en Nueva York, Mariia, una especialista en protección infantil ucraniana y Yevegeny, que se ocupa del agua; junto con el apoyo del equipo en Lviv.
Dando prioridad a algunas de las zonas más afectadas, y dirigidos por Elias y Mariia, el trabajo de este dúo dinámico ha llegado a más de un millón de personas. Elias aporta la experiencia y los conocimientos técnicos de algunos de los lugares más difíciles del mundo, mientras que Mariia tiene un conocimiento local y unos aliados sin parangón.
Juntos, evalúan las necesidades, identifican los lugares, transportan los suministros y los entregan. Todavía no les he visto hacer otra cosa que no sea trabajar, pero sé que también piensan en sus familias. La madre y el padre de Mariia están atrapados en el frente de la guerra.
Aun así, Mariia y Elias siguen actuando como una fuerza incansable, apasionada y estratégica que salva vidas para los niños del este. Con el apoyo esencial de los conductores Yuri y Sacha -que también realizan tareas de suministro y seguridad- están llegando a los niños con las necesidades más graves.
Esto conlleva sus propios riesgos. Hace unos días, se produjo un ataque masivo con misiles a menos de un kilómetro de donde Mariia, Elias y Yuri estaban prestando ayuda médica. El ataque mató al menos a 50 personas, incluidos dos niños.
Fue otro sombrío recordatorio de que mientras la guerra continúe, mientras sigan los ataques indiscriminados contra lugares que deberían ser seguros -zonas residenciales y hospitales-, se destruirán más vidas. ¿Y para qué?
A menudo me preguntan cómo se compara la guerra de Ucrania con otras crisis en las que he trabajado. Cómo se compara con Yemen. Con Etiopía. Somalia. Libia.
Me resisto a comparar, porque cada una conlleva su propio terror para los niños, su propia angustia sin límites. Desafortunadamente, en el mundo actual, la guerra ha cambiado. Los combates se han trasladado más a las ciudades, por lo que los niños de estos países afectados por conflictos se encuentran de repente y constantemente en primera línea.
Estuve en Yemen a finales del año pasado, cuando el país alcanzó otro hito vergonzoso: 10.000 niños muertos o mutilados desde que comenzaron los combates hace siete años. Eso equivale a cuatro niños cada día. He visto las caras de los padres en esos funerales. Son inquietantes.
Probablemente hoy haya otro. Así que no puedo comparar: todas son atrocidades. Todos son niños. Y todas son crisis en las que UNICEF se esfuerza por mantener a los niños con vida, y por reconstruir algo en medio de las bombas.
Una pequeña “victoria”
Un día después de conocer a Ira, volví a la maternidad. Es un día mejor: la pequeña Viktoria - "victoria" en ucraniano- acaba de alcanzar el kilo de peso. "Estoy esperanzada", dice Ira. "Nuestra gente cree mucho en los demás. Pero ahora soy madre, así que mis pensamientos también están con las madres cuyos hijos han muerto en esta guerra."
Otra sirena de ataque aéreo. De nuevo al búnker del hospital. Hace frío. Las madres embarazadas y las que tienen recién nacidos se sientan con mantas encima. Arriba hay un moderno hospital. Aquí abajo, una mesa de operaciones se asienta sobre el suelo de tierra con una luz lúgubre. Me siento junto a Anna. Ella también espera gemelos. Ella también huyó bajo el fuego. Ella también dará a luz prematuramente. Sola.
En un inglés sencillo, Anna describe la vida que dejó. Es una veinteañera genial a punto de formar una familia. Era agente de viajes en Kiev. Ha estado en países de todo el mundo. Pero no tiene planes de abandonar Ucrania durante esta guerra. "Amo mi país", me dice. "Mi sueño es que mis hijos crezcan aquí".
Son palabras que he escuchado docenas de veces desde que empezó esta guerra. Sobre todo a través de las lágrimas de las madres. Hay momentos en los que me quiebro.
La historia de Adriy
Pasé una mañana hablando con un chico de 15 años, Andriy, que finalmente logró escapar del bombardeo de su ciudad, Chernihiv. Privado de agua y comida, la única constante de Andriy eran los bombardeos. Con su madre y otras personas de la comunidad, encontraron un momento y salieron en un coche. Una mina terrestre les esperaba. Con la pierna derecha rota, el talón izquierdo destrozado y heridas en el cráneo, Andriy quedó aplastado bajo el coche y vio morir a su madre.
Esa noche, volví a mi apartamento aturdido. No podía dar sentido a las numerosas y oscuras conversaciones en mi cabeza. Me desplomé en una esquina de la calle, exasperado, triste, enfadado. Una anciana, seguramente de unos ochenta años, se agachó a mi lado. Puso su mano enguantada sobre mi hombro. Pensó que yo era ucraniano. Pero, por supuesto, tengo un hogar, libre de la guerra, al que volver cuando me vaya de aquí. Mi mente susurró, "fuerza James". De vuelta al trabajo.
Emergencia Ucrania.
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