Minas de oro en Camerún: los niños que hemos dejado atrás
Muchos refugiados de República Centroafricana encuentran en las minas de oro de Camerún una forma de vida. ¿Cuál es su situación? ¿Y la de los niños?
Hortense y sus hermanos.
Aunque no siempre les nombremos, existen. Están en los parajes más remotos; en el asedio, desesperanzados; cruzando mortíferas fronteras o en las sombras, explotados. Son los niños que hemos dejado atrás.
Estos niños tienen rostro, voz, sueños e ilusiones. Hace pocos días los encontré en la mina de oro de Kpawara, al este de Camerún, donde acudí con mis compañeros de UNICEF. Allí viven cientos de ellos con sus familias, la mayoría refugiados de la vecina República Centroafricana. Ese país que no sin esfuerzo situamos y que raras veces se cuela en nuestra efímera actualidad.
Aún hoy me cuesta encontrar palabras para describir cómo es la vida de los niños en Kpawara. Un espacio tan feroz que no te deja indiferente. A ella se llega por un accidentado camino, que va dejando atrás pequeñas poblaciones e innumerables colinas. A lo lejos, como apartada en el olvido, la mina emerge a cielo abierto. Desde lo alto observo la lucha diaria por la extracción del oro, la radicalización del paisaje transformado en un frágil andamiaje de tierra removida, bateas y hendiduras a las que acompasa un repiqueteo inagotable.
El mercurio, utilizado en la extracción, campa a sus anchas. La tierra y el río, contaminados. La atmósfera, envenenada. En Kpawara no hay maquinaria, solo cientos de personas, también jóvenes, que trabajan a pleno sol o bajo la intensa lluvia para encontrar el preciado metal. Es entonces cuando "artesanal" e "ilegal" cobran sentido.
República Centroafricana: un goteo constante
Uno de los refugiados me cuenta que muchas familias llegan a esta zona rica en metales huyendo de la guerra o buscando un futuro algo mejor. Es un goteo constante, que no cesa. Familias como la de Iya que llegó hace dos meses, con su mujer y tres hijos, tras días de camino hasta la frontera, donde subieron a un coche. Pienso entonces en el conflicto que asola su país y que, como él, difícilmente entiendo. Coaliciones desmembradas, grupos sin control o etiquetas desgastadas cuando los que pierden son siempre los mismos.
Le pregunto por las edades de los tres pequeños que observan la escena agarrados, aferrándose a no tener las manos vacías. Tras un largo silencio para ordenar sus recuerdos, preserva imborrable el año en el que nacieron, quizás apartando este presente implacable. Un aquí y ahora en el que trabaja durante largas horas para encontrar, con suerte, una milésima de oro y ganar un dólar. Un ahora en el que "mi hija más mayor ya no va a la escuela porque está lejos y no podemos pagar el transporte".
Con tan sólo 8 años, Hortense ha dejado los libros para cuidar de sus dos hermanos. De repente, el más pequeño se revuelve, su madre piensa que es la malaria. De hecho, enfermedades como el paludismo o la anemia acechan la vida de los niños. Además, la presencia de materiales contaminantes agrava los problemas de salud. El comercio del oro de Kpawara está arrastrando a su vez casos de explotación sexual y abusos graves. La mayor parte de sus víctimas son niños, demasiado vulnerables para protegerse.
Refugiados RCA: el trabajo de UNICEF
En UNICEF hablamos con los refugiados para buscar alternativas y repasamos las acciones a poner en marcha: ayudas a las familias, facilitar que puedan ir los centros de salud más cercanos y proteger a los niños en cualquier circunstancia. Una cosa es clara: no podemos olvidarnos de su educación. Cuanto antes vuelvan a la escuela, más protegidos estarán.
De vuelta, no dejo de pensar en la familia de Iya y este mundo tan convulso que los deja atrás. En que son muchos los que sufren, pero más los que tenemos que recordar que sí existen. Por eso, además de compartir su historia, quiero darte las gracias a ti que haces posible que hoy estemos protegiendo a los niños de Kpawara; a ti que te pones en su lugar y piensas "yo también huiría" o a ti que escribes esa columna que nos recuerda las guerras olvidadas. En definitiva, a ti que te atreves a vencer eso que llaman "imposible". Muchas gracias.