Empezar de cero a los 18 años, la emancipación de un niño extranjero no acompañado
“Cuando salga del centro de acogida estaré orgulloso de lo que he logrado”.
13/08/2021
Aún es temprano, pero ya huele a comida en el centro de acogida residencial en el que vive Rulo (nombre ficticio), a unos 25 minutos al sur de Las Palmas. Nos recibe sonriendo, mientras le echa una mano a Milagros, la cocinera del centro. Ella presume de haberle enseñado sus primeros trucos de cocina y de que él le ayudó a usar el Tajine, y a preparar platos típicos de Marruecos.
Mientras nos muestra las instalaciones, nos dice que tiene muy claro lo que quiere y que hay que luchar mucho para conseguir lo que uno se propone. Se desenvuelve con soltura y habla un fluido español, tras haber pasado más de 3 años en Canarias, aunque reconoce que los comienzos fueron ‘chungos’.
La barrera inicial del idioma
Rulo llegó a Lanzarote en patera desde El Aaiún (Sahara Occidental) con solo 15 años y fue derivado por la policía a un centro de protección para niños migrantes no acompañados, donde pasó 3 meses. Finalmente lo trasladaron a Las Palmas.
"El primer año fue muy difícil porque no hablaba español perfectamente y no aprobé 4º de la ESO, pero después me ayudaron los profesores. El segundo año me apuntaron a un curso de cocina y me gustó mucho. Gracias a ese curso estoy ganándome la vida y trabajando”.
Formarse para un trabajo, el pasaporte a la independencia
Gracias a sus habilidades en la cocina Rulo ha encontrado un empleo. Lleva 3 meses trabajando, de lunes a viernes, como ayudante de cocina en un centro de protección del sur de la isla que atiende a 50 chicos subsaharianos.
Hoy no trabaja, acaba de terminar sus clases de apoyo de español junto al resto de sus compañeros, otros 10 chicos magrebíes. Muchos salen ahora a hacer deporte. Rulo nos cuenta que han canalizado muchos sentimientos y frustraciones a través del kick boxing.
“Gracias al subdirector, que es campeón de Europa de kick boxing, aprendimos a manejar el saco y muchos chicos van a entrenar a diario. Gracias a él, el deporte nos da equilibrio”. Nos lo explica después de enfundarse los guantes que su educador le regaló y mostrarnos como le ‘pega’ al saco que han colocado en una de las terrazas.
Antes de que lleguemos a su habitación, lo abordan con peticiones para que suba los bajos de los pantalones o arregle alguna otra prenda. No duda en sacar rápidamente su máquina de coser sin poner impedimento alguno. Es el único que sabe manejarla y le gusta hacerlo para sus compañeros. Quiere dejarlo todo listo antes de irse.
“En 20 días salgo del centro, cumplo la mayoría de edad. Salgo con mis papeles, con mi curso y con mi trabajo gracias a Dios. Voy a alquilar una casa y seguir con mi vida, trabajando. Conseguí lo que me propuse. Voy a estar muy orgulloso de lo que he logrado”.
La dilación de los plazos para obtener la documentación
La trabajadora social Estefanía nos dice que, el de Rulo, es uno de esos pocos casos “con suerte”, en los que todo sale bien y su documentación está en regla antes de cumplir los 18 años.
La saturación del sistema de protección y el retraso de trámites administrativos y de documentación, obliga a muchos niños a dejar forzosamente los centros de protección sin los recursos adecuados para emanciparse. “Muchos de los chicos van a cumplir la mayoría de edad. Diariamente preguntan. Se sienten inseguros y preocupados. Saben las limitaciones que hay para obtener el pasaporte y la residencia y que eso influye en sus posibilidades de encontrar trabajo. Se dilata la solución y faltan recursos para atender la emancipación de los chicos”, asegura.
Los centros de protección, un hogar de transición
Por eso Rulo agradece la preparación que ha recibido. “La vida en el centro… me ayudaron mucho. Forman otra familia que me ayudó en todo. Cuando salga los visitaré cuando pueda, serán como mi familia la de Marruecos”. Solo le quedan unas semanas para abandonar este lugar seguro y buscarse una vida fuera de sus muros. Dispone de un dormitorio para el solo. Es grande y con una amplia ventana. Suelen llamarla habitación de ‘emancipación’, ya que se les concede a los chicos que están próximos a salir, para que aprendan a organizarse por ellos mismos.
Estos centros deberían ser un hogar para estos niños, darles una respuesta individualizada y acompañarles en su transición a la vida adulta. Rulo está muy cerca de conseguirlo, sabe que acabar el módulo de Cocina y aprender inglés le ayudará a tener trabajo.
Nos da un consejo que a él le ha funcionado. “Hay que luchar por todo en esta vida, nada es imposible aunque seas extranjero, todos somos iguales. Todo se encuentra si luchas por tu sueño. Si lo dejas, te quedas sin nada...”
Su sonrisa lo dice todo. Está más que dispuesto a intentarlo.
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