Los niños no se prostituyen, son prostituidos
Estamos preocupados por los casos de posible explotación sexual de chicas y chicos en centros de acogida en España. Se trata un fenómeno que hemos llamado "la desprotección de los protegidos"
Las noticias que se refieren a abusos sexuales y tienen como protagonista a un niño o niña nos sobrecogen especialmente. Se acaba de destapar toda una trama de explotación de adolescentes a través de las drogas, el alcohol, los abusos sexuales y la prostitución en España.
En todas las víctimas, el mismo denominador común: eran chicos y chicas que por haber sufrido malos tratos, abandono, o por incapacidad de sus familias para cuidarlos, eran protegidos por la administración pública y residían en centros habilitados para ello.
Quizá lo peor de todo es que no es un caso aislado de una sola ciudad. Hace dos años quisimos conocer mejor las vidas de los adolescentes en el sistema de protección, y recorrimos nueve comunidades autónomas visitando centros y entrevistando a los responsables políticos, trabajadores sociales, educadores y a los propios niños y niñas. Encontramos fallos y carencias, pero también compromiso y cosas bien hechas.
El resultado de esta investigación lo llamamos El acogimiento como oportunidad de vida, ya que constatamos que era posible que niños y niñas heridos y rotos emocionalmente pudieran recomponer su historia si contaban con el respaldo de los adultos a su alrededor.
Pero algo nos alarmó; en siete de estas comunidades los educadores nos confiaron su preocupación e impotencia ante casos de posible explotación sexual de los chicos con los que trabajaban.
Desde entonces se siguen levantando denuncias o surgen noticias sobre abusos, redes más o menos organizadas y episodios oscuros acerca de relaciones consentidas o forzadas a cambio de algo que sustituya al afecto, protagonizadas por chavales.
La desprotección de los (supuestamente) protegidos
Y esta es la espina dorsal que recorre las vidas de todos estos niños y niñas, la falta de afectos y la necesidad imperiosa de importarle a alguien. Alguien que se alarme cuando llegan los suspensos, alguien que les busque desesperadamente si faltan a la hora de cenar, alguien que se emocione en sus partidos de baloncesto y que incluso se moleste ante una mala contestación. Porque todo ello nos da el reflejo de lo que somos y el lugar que ocupamos en el mundo.
No sabemos si es posible que una administración pública supla toda esta red de afectos. Lo que sí sabemos es que los responsables están preocupados, sabemos que hay profesionales muy competentes que trabajan para mejorar las condiciones de los centros e intentar que las vidas de estos chicos y chicas sean lo más normal posible.
Quizá la división “por competencias” nos ha hecho mirar al niño de manera fragmentada, dándole respuestas desde distintos sitios, pero ser incapaces de transmitirle que de verdad le importa a alguien.
Y es entonces, como hemos visto, cuando aparecerá alguien dispuesto a aprovecharse de esa vulnerabilidad, y sacar partido de la soledad y el vacío que ha ido calando en ellos. Este caso y tantos otros pueden ser una llamada de atención a todos los que trabajamos desde distintos frentes por proteger a la infancia. Que los chicos y chicas no se nos pierdan entres los compartimentos y las grietas del sistema.
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