No podemos perderles antes de graduarse
25/09/2023
Recibí un correo nuevo en mi bandeja de entrada que decía: "La alumna intentó suicidarse tomando una sobredosis de pastillas, pero afortunadamente se encuentra bien". Lamentablemente, este tipo de correos no eran únicos, sino que se habían vuelto recurrentes. El año anterior, otra alumna perdió la vida por suicidio.
En los círculos de amigos, cada vez es más común encontrarme con casos similares relacionados con la salud mental. Como profesor, me sorprende que aproximadamente un tercio de mis estudiantes elijan hablar sobre problemas de salud mental en sus discursos y en sus trabajos. El hashtag #mentalhealth se ha empleado en millones de vídeos de TikTok y ha generado casi 30 millones de publicaciones públicas en Instagram en 20211.
Nuestro departamento de “IE Counseling” de la Universidad atendió durante 2021-20222 a casi un 10% de los estudiantes de grado, lo que representa un aumento del 48% en comparación con el año anterior (2020-2021) y más del 100% en comparación con el año 2019-2020.
Según Active Minds, una de las principales organizaciones no gubernamentales estadounidenses en salud mental dedicada a los jóvenes, el 39% de los estudiantes universitarios luchan frente a problemas de salud mental significativos mientras están en la universidad3. Esto coincide con mi impresión personal cuando interactúo con los estudiantes y me revelan los problemas de salud a los que se han enfrentado. Los problemas de salud mental crecen como un tsunami entre la población joven.
Son muchas las preguntas que se me vienen a la cabeza. ¿Cómo valoramos estos datos? ¿Cuáles son las causas de estos aumentos entre la población joven? ¿Cuáles son los principales problemas de salud mental de nuestra población universitaria? ¿Por qué está sucediendo así? Y, lo más importante, ¿cómo podemos ayudar y apoyar a nuestros estudiantes universitarios?
Entender el problema
Los datos muestran un crecimiento alarmante. Por ejemplo, en España, el número de casos de trastornos de ansiedad ha aumentado, multiplicándose por seis en la última década, mientras que los trastornos depresivos se han multiplicado por cinco.
Según UNICEF, la ansiedad y la depresión prevalecen mayoritariamente en los diferentes casos de trastorno mental que se registran entre niños y niñas de 10 a 19 años (2019).
Cuando se analizan los casos de depresión en Estados Unidos o en España, se observa que hay una mayor proporción de diagnósticos de mujeres frente a hombres.
Los gráficos también muestran que, aunque la depresión afecta más a las personas mayores en España, son los más jóvenes quienes más consultan a profesionales de la salud mental. Estos datos podrían sugerir que las generaciones más jóvenes tienen menos tabú en torno a la salud mental y es más probable que consulten a un profesional.
Según un informe de la Asociación Americana de Psiquiatría (2019)4, la Generación Z es más propensa a recibir tratamiento o asistir a terapia (37%) en comparación con los Millennials (35%), la Generación X (26%), los Baby Boomers (22%) y la Generación Silenciosa (15%). Esto podría deberse a una menor estigmatización o a una mayor conciencia emocional y de salud mental en estas generaciones. Sin embargo, al examinar otro informe de la Asociación Americana de Psiquiatría (2018) mostrada en el siguiente gráfico se observa que las generaciones más jóvenes, especialmente la Generación Z, son las que en menor porcentaje informan sentirse en buen estado mental.
Esto se traduce, en su forma más grave, en los casos de suicidio. Según el Observatorio Nacional de Suicidio en España, en 2021 fallecieron por suicidio 4.003 personas en España5, un promedio de 11 personas al día. El 75% de ellas eran varones y el 25% mujeres. 2021 fue el año con más suicidios registrados en la historia de España. Estos datos son especialmente graves en la población más joven: el suicidio de chicos menores de 15 años se ha duplicado respecto a 2020, y entre los 15 y los 29 años, el suicidio es la principal causa absoluta de muerte, superando a los accidentes de tráfico o los tumores.
Además de los casos registrados de muerte por suicidio, es importante tener en cuenta los intentos y la ideación suicida. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que por cada suicidio se producen alrededor de 20 intentos. Esto podría significar que se estarían produciendo aproximadamente 80.000 intentos de suicidio al año en España.
Otros estudios epidemiológicos citados por el Observatorio del suicidio en España señalan que la ideación del suicidio puede afectar a entre el 5% y el 10% de la población española a lo largo de su vida, lo que representa entre dos y cuatro millones de personas6.
Estos datos coinciden con estimaciones similares en Estados Unidos, donde un gran porcentaje de estudiantes ha considerado en algún momento un intento de suicidio y también padece trastornos como la ansiedad o la depresión7.
La prescripción de psicofármacos es otra información fundamental a tener en cuenta. Desde que comenzó la pandemia, se ha registrado un aumento de más del doble en la prescripción de psicofármacos en España, convirtiéndose junto a Portugal, en el país de la OCDE donde más psicofármacos se consumen. Incluso existen estudios que afirman que incluso antes de la pandemia, en 2019, España ya lideraba a nivel mundial el consumo de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, superando las 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes8.
Según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) correspondiente a 2020, con datos de antes de la pandemia, España encabezaba el consumo lícito mundial de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes, con un aumento del 4,5%, superando las 91 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. El Ministerio de Sanidad de España también confirma un crecimiento anual de prescripciones de ansiolíticos y antidepresivos del 4-6%. En 2021, los médicos en España recetaron 54 millones de cajas de ansiolíticos y 45,1 millones de antidepresivos entre enero y noviembre del año pasado9.
Y, ¿cuáles son las causas?
Si bien es cierto que existen factores de riesgo individuales para la enfermedad mental, como el maltrato, enfermedades crónicas, antecedentes familiares y trastornos en el hogar, también debemos reflexionar sobre lo que sucede en nuestra sociedad, y especialmente entre los más jóvenes, para que esto suceda.
Vamos a comenzar primero con uno de los temas principales, las redes sociales.
Aunque pueda parecer un tópico, una tendencia, o una queja vintage de aquellos que experimentamos en el pasado una vida sin redes sociales, es una realidad muy preocupante. Frances Haugen, ingeniera de datos, reveló decenas de miles de documentos internos de Facebook que demostraban que Instagram empeora los problemas de imagen corporal de una de cada tres adolescentes10.
El Ciberbullying o ciberacoso se ha intensificado con el uso de las redes sociales. Estas plataformas permiten difundir mensajes de acoso y odio a gran escala y en cualquier momento, durante los siete días de la semana. Antes, era posible cambiar de contexto o refugiarse en casa, y el acoso quedaba confinado a un lugar y momento determinados. Sin embargo, esto ha cambiado con las redes sociales. Ya no hay límites horarios ni lugar específico para el acoso, se vuelve permanente.
Según diversos estudios11, se estima que una persona promedio pasa al menos 3 horas al día en su teléfono móvil, cambiando entre aplicaciones casi 600 veces, y dedica más de 5 años de su vida en las redes sociales. No es sorprendente que los jóvenes de la Generación Z y los Millennials informen que el 74% se sienten distraídos en el trabajo, y el 16% de ellos se siente distraído la mayor parte del tiempo. Además, más del 50% de estos jóvenes manifiesta ser menos productivos y aproximadamente el 20% siente que no logra alcanzar su potencial12. Recuerdo una estudiante que vino un día a mi despacho y me dijo: “No soy capaz de aprobar ningún examen final. A pesar de que estudio, cuando el examen es extenso, pierdo la concentración y la atención, y los nervios no me permiten recordar nada”. La pérdida de atención y concentración en los jóvenes tiene diversas repercusiones: no logran desarrollar todo su potencial lo cual genera frustración; les resulta difícil encontrar claridad mental y emocional frente a los grandes desafíos de sus vidas, y también afecta a su capacidad cognitiva.
Las redes sociales también contribuyen al aislamiento de los jóvenes y algunos expertos lo han denominado como “La paradoja de las redes sociales”. Según un estudio publicado por el “American Journal of Preventive medicine” en 2017, el 25% de las personas más activas en Facebook tenían tres veces más probabilidades de ser parte del 25% de personas que se encontraban más solas. A pesar de la sensación de conexión que generan las redes sociales, esa conectividad es una ilusión y la falta de interacciones en el mundo real puede generar aislamiento entre los jóvenes.
Otro aspecto muy preocupante es la cantidad de tiempo que los adolescentes pasan delante de las pantallas. En Estados Unidos, este tiempo ha aumentado en un 30% entre 2015 y 2021. Como se observa en la siguiente gráfica, en 2021, los adolescentes de 13 a 18 años pasaban algo más de 8 horas diarias delante de una pantalla, mientras que los niños de 8 a 12 años pasaban más de 5 horas. Esta situación también se replica en España. Un estudio de la Fundación Gasol13 revela que, durante la semana, los niños y adolescentes pasan más de tres horas frente a las pantallas y los fines de semana esta cifra se dispara a cinco horas. Esto reduce su participación en actividades físicas diarias, las cuales son muy relevantes para su salud mental. La Organización Mundial de la Salud recomienda que este segmento de población no pase más de 120 minutos al día delante de las pantallas.
En segundo lugar, es importante señalar la pandemia (COVID) como un punto de inflexión que ha agravado la situación de los problemas de salud mental. Durante este periodo, se produjo entre otras cosas, un aislamiento y una pérdida de la vida social que provocaron un aumento de la depresión y ansiedad entre los más jóvenes.
Un sondeo realizado por UNICEF14 reveló que, uno de cada dos jóvenes de Latinoamérica y el Caribe experimentó una disminución en la motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba antes de la pandemia y tres de cada cuatro sintieron la necesidad de buscar ayuda relacionada con su bienestar físico y mental. Un estudio publicado en The Lancet, que abarcó 204 países15, mostró que los jóvenes entre 15-25 años fueron los más afectados por el incremento en la prevalencia de trastornos de ansiedad o depresión, y también hubo un aumento significativo en los casos entre las mujeres en comparación con los hombres. Otra consecuencia del confinamiento fue el aumento en el consumo de sustancias debido a la ansiedad generada por la falta de contacto social.
En tercer lugar, me gustaría destacar algunos aspectos de la sociedad actual que influyen en la salud mental. Expertos indican que vivimos en una sociedad con niveles de estrés mayores que en generaciones anteriores, lo cual afecta a nuestros adolescentes a estar más dispuestos a estos síntomas16. Otros expertos opinan que vivimos en una sociedad con “drogodependencia emocional”.
Por un lado, existe una positividad tóxica que exige estar siempre bien y esto hace que muchos adolescentes se sientan culpables por estar tristes. Por otro lado, asociamos la felicidad al consumo emocional en lugar de la razón. Se necesitan constantes consumos experienciales, donde encontrar sensaciones que nos perturben y que alteren nuestros estados de ánimo (siempre asociado a emociones positivas). Ello hace que la ausencia de estas genere emociones de insatisfacción, de angustia e incluso de ansiedad o tristeza. El desarrollo del pensamiento crítico es fundamental para observarlo e identificarlo17.
En la sociedad actual, nuestros jóvenes se llenan de aspiraciones por la prevalencia del deseo, en detrimento de la voluntad. ¿Qué quiero decir? Nuestra sociedad de consumo y las redes sociales fomentan que nuestros jóvenes estén presionados constantemente por el deseo y la comparación de estar a la altura del resto: encontrar el mejor trabajo, disfrutar de las mejores vacaciones, probar las experiencias de tendencia, ser los más felices con sus nuevas parejas, etc. Una inagotable fuente de aspiraciones que ningún joven podrá saciar. Una necesidad de conseguir tantas cosas a corto plazo que solo genera frustración y ansiedad. Se nos olvida entrenar la voluntad y el propósito a largo plazo, sin esa presión externa.
La inteligencia artificial y machine Learning pueden también afectar, especialmente a la población más joven. Aplicaciones como ChatGPT y otras similares generan o mejoran nuevos textos, imágenes o músicas, pueden sin duda ayudarnos a realizar de manera más productiva múltiples actividades, pero también pueden desencadenar efectos muy negativos. No sólo pueden afectar a la cultura del esfuerzo de los estudiantes o a reforzar sesgos existentes, también puede afectar a minusvalorar el trabajo individual. La inteligencia artificial siempre producirá un trabajo más documentado, sin faltas gramaticales y mejor estructurado. Puede reemplazarnos con mayor productividad y efectividad en multitud de facetas. Esa sensación de reemplazo puede afectar gravemente a la salud mental de las nuevas generaciones.
Por último, es necesario aún hablar del estigma alrededor de la salud mental que puede evitar que las personas busquen ayuda. Aunque la sociedad ha avanzado mucho en este aspecto, muchas personas no buscan apoyo por el miedo a ser etiquetados como “locos”, tal y como aún aparece en la representación de personas con enfermedades mentales en películas18, etc. Este estigma también está presente en las redes sociales. Un estudio19 encontró que en Twiter las enfermedades mentales son más estigmatizadas (12,9%) y trivializadas (14,3%) que las enfermedades físicas (8,1 y 6,8%, respectivamente). La esquizofrenia fue la enfermedad mental más estigmatizada (41%), mientras que el trastorno obsesivo-compulsivo fue el más trivializado (33%). Estos resultados muestran que el estigma hacia la salud mental es común en las redes sociales.
¿Qué hacemos?
La salud mental se encuentra cada vez más en el debate público y, por tanto, también cómo tratar sus efectos y sus posibles causas.
Uno de los aspectos más relevantes es el tratamiento. La salud mental es un componente fundamental de cualquier ser humano. Por ello, tratar una neumonía o un dedo roto, debe ser igual de relevante que tratar cualquier trastorno depresivo. Por ello, el acceso universal a la salud debería incluir la atención a la salud mental.
Prescribir antidepresivos sin complementar con terapia no mejorará la situación de un individuo. Por ello, acudir a sesiones regulares de terapia sin largos periodos de espera entre citas mejora la eficacia del tratamiento.
Sin embargo, acceder a terapia, entre otros servicios, se ha convertido en un privilegio reservado para aquellos que poseen los recursos económicos necesarios. Esta situación sucede en España donde apenas se cuenta con una proporción de 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, frente a los 18 por cada 100.000 que tiene como promedio la Unión Europea. No es de extrañar entonces que solo 30% de los psicólogos clínicos trabajen en el sistema de salud pública en España20. Fue solo el año pasado, en 2022, cuando se implementó un teléfono de prevención del suicidio (024). Además, España dedica apenas el 4% de la inversión en sanidad a la salud mental, en comparación con el promedio europeo del 5,5% y con países que llegan al 10%.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que una de las recomendaciones más importantes para mejorar la atención sanitaria a nivel global es integrar la atención mental en los centros de atención primaria, lo cual incluye la detección, la evaluación y el tratamiento de trastornos mentales. Por lo tanto, es fundamental facilitar el acceso a estos servicios a través del aumento de psicólogos clínicos en el sistema de salud, así como implementar planes de acción en salud mental a distintos niveles (nacional, regional y local) y asignar los recursos financieros necesarios para llevarlos a cabo.
La falta de atención adecuada a la salud mental afecta de manera desproporcionada a las personas de bajos recursos, exacerbando así el ciclo de desigualdad21. No sólo enfrentan un mayor riesgo de sufrir un trastorno mental debido a las dificultades en la vida, sino que también tienen un acceso limitado a la atención adecuada.
Estas recomendaciones de la OMS no son relevantes únicamente para el ámbito de la atención sanitaria, sino que también deberían aplicarse en cualquier organización. Cada vez es más común que muchas compañías implementen programas dedicados al bienestar emocional y apuesten por garantizar la salud mental en el entorno laboral22.
Dada la grave problemática de la salud mental en la juventud, las universidades y los centros educativos se constituyen como lugares claves para su prevención, control y acceso al tratamiento, prestando especial atención a sus causas subyacentes. Según un estudio de Active Minds23, el 39% de los estudiantes universitarios luchan con un problema de salud mental significativo durante su etapa académica. Por lo tanto, los estudiantes universitarios requieren una mayor disponibilidad de recursos de salud mental tanto dentro como fuera del campus para satisfacer su creciente demanda.
Una encuesta realizad por Healthy Minds24 reveló que el 60% de los estudiantes universitarios enfrentaba problemas para acceder a servicios de atención de salud mental. Por ello, es muy importante para los estudiantes tener la opción de encontrar ayuda adecuada en momentos de necesidad sin tener que preocuparse por su situación económica. El acceso a terapia gratuita se constituye como una gran ayuda para ellos. También son fundamentales para su educación y su productividad. Una encuesta nacional reveló que el 66% de los estudiantes universitarios consideraban que los servicios de asesoramiento mejoraban su rendimiento académico25.
También es esencial reducir el estigma. Es fundamental que los jóvenes sepan que no están solos y que cuentan con redes de apoyo dispuestas a ayudarles. Estas redes pueden ser presenciales o incluso virtuales.
Un ejemplo de red de apoyo es estudiantes contra la depresión26. Se trata de un sitio web para estudiantes que ofrece asesoramiento y orientación a los estudiantes que sufren depresión y pensamientos suicidas.
Desde la juventud se están liderando y movilizando iniciativas para reducir el tiempo dedicado a internet y a las redes sociales. Un nuevo movimiento estudiantil pide que te desconectes. Emma Lembke, una joven universitaria, está alentando a sus compañeros a reducir el tiempo que pasan en línea y a repensar su relación con internet. Emma estudia su grado en la Universidad de Washington en San Luis y experimentó esos efectos negativos de primera mano. Por eso, en junio de 2020 puso en marcha el Movimiento “Log Off”27 (log off significa desconectar o cerrar sesión). El proyecto pretende estimular el diálogo entre los jóvenes que sienten los efectos adversos de las redes sociales y quieren modificar su relación con ellas.
Desde la gobernanza, muchos activistas están demandando una mejor regulación de internet, de las plataformas de redes sociales y de cualquier aplicación tecnológica. Es paradigmático que en Estados Unidos haya más de 100 demandas contra las redes sociales por la adicción que generan28. Cuando una empresa quiere sacar al mercado una mesa o un bolígrafo, debe tener en cuenta multitud de estándares de calidad que demuestran que, por ejemplo, ni los barnices, ni el plástico, ni la forma del producto, pudiera causar algún daño a nuestra salud. Entonces, ¿por qué las empresas tecnológicas y sus aplicaciones no deberían de pasar por estándares parecidos? ¿Por qué esas aplicaciones pueden generar adicciones? ¿Por qué se les permite agravar los problemas de salud mental sin tomar medidas?
Es necesario que los jóvenes puedan acercarse a las redes sociales y a las nuevas plataformas, teniendo la madurez emocional y el suficiente pensamiento crítico para distinguir nuestra circunstancia real de la virtual. Las redes sociales nos permiten generar nuestro propio avatar29. En el mundo virtual, cualquiera puede elegir quién quiere ser y qué quiere enseñar, mientras que, en el mundo real, nuestra circunstancia o realidad viene predefinida. En esta realidad virtual se puede sonreír, aparentar una gran dicha y felicidad o salir perfecto en las fotos. La persona debe saber diferenciar entre el yo real y el yo virtual. Si el yo real se compara y contextualiza desde el mundo virtual, nos llenamos de pensamientos dañinos y de ideas insustanciales. La gente joven no debe comparar la fortaleza de sus amistades con el número de likes que tienen. No deben compararse con los avatares virtuales de otras personas. Para no distorsionar esa perspectiva y acabar con cuerpos esculturales pero medicados y llenos de sensaciones de vacío, los jóvenes deben desarrollar el pensamiento crítico. Es por ello fundamental que cualquier estudiante en el colegio o en la universidad, independientemente de la disciplina que desarrollen, deben seguir formándose en las humanidades30 y en su bienestar mental, para que dichos conocimientos les ayuden a interpretar mejor su interacción con el mundo virtual.
Además del pensamiento crítico, educar en otro tipo de mentalidad y comportamientos son necesarios para un mejor bienestar. El filósofo José Carlos Ruiz31 lo distingue entre la felicidad del césped y la felicidad del árbol. El césped crece rápido, es bonito y grato. Es ideal si se busca resultados rápidos y una recompensa inmediata al cuidado de la planta. Sin embargo, el césped se arranca fácilmente y muere pronto. Por otro lado, el árbol necesita de una gran inversión en el tiempo. Necesidad riego y cuidados. La recompensa no se verá al comienzo, pero llegará en el largo plazo, cuando las raíces y el árbol crezcan. Entonces, será resiliente a cualquier cambio meteorológico e incluso, dará frutos, sombra o refugio a quién lo necesite. Lo mismo sucede con el cuidado de las amistades verdaderas, con la adquisición del conocimiento tácito y de los comportamientos virtuosos. Requieren tiempo, responsabilidad, voluntad y esfuerzo. Los comportamientos detrás de la filosofía del árbol permiten a los jóvenes ser más resilientes en su salud mental.
Conclusión
Como muestran las estadísticas, la salud mental es un problema fundamental, especialmente en las generaciones más jóvenes. Sin embargo, parece que todavía nos enfrentamos a un largo camino para que la salud mental sea prioritaria en la salud global.
Es esencial que, tanto desde los gobiernos como desde los centros educativos, abordemos esta situación urgentemente: dando el acceso necesario a los jóvenes al tratamiento o la terapia necesaria, creando consciencia del problema y reduciendo el estigma, generando redes de apoyo y mecanismos de alerta temprana, y desarrollando las herramientas necesarias para mejorar su resiliencia, pensamiento crítico y comportamientos adecuados.
No podemos permitir un nuevo correo en la bandeja de entrada con otro suicidio más; no podemos quedarnos parados viendo como las cifras de trastornos mentales entre el alumnado siguen aumentando exponencialmente; no podemos permitir que la Universidad no sea un espacio seguro y resiliente.
No podemos perderles antes de graduarse.