Pensamos, sentimos, aprendemos y valoramos

Durante toda nuestra vida, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que aprendemos y lo que valoramos determinan gran parte de nuestras posibilidades de desarrollo y bienestar. Desde la infancia, nuestros conocimientos, emociones, actitudes y conductas van moldeando las relaciones que mantenemos con otras personas y nuestras posibilidades de superar, tanto los retos más deseables, como las crisis vitales a las que, seguro, nos enfrentaremos.
 

Un enfoque educativo

La conciencia, ese conocimiento que cada persona tiene sobre sí misma, sobre su existencia y su relación con el mundo, es clave para una buena salud mental. Sin la capacidad de conocernos y de entender a otras personas somos más vulnerables y nuestro bienestar emocional puede peligrar.

Sin embargo, es frecuente que muchos niños y niñas crezcan sin las herramientas que les permiten tomar conciencia de sí mismos, de sus procesos cognitivos y de sus emociones, lo que les niega oportunidades de desarrollo. Estas herramientas son educativas y, por eso, educar la conciencia es imprescindible para garantizar el derecho de cada niño o niña al desarrollo, a la educación y a la salud.
 

Una visión global

Cuando hablamos de conciencia, también incluimos un enfoque de valores. La conciencia nos permite distinguir el bien del mal, lo justo de lo intolerable y nos permite utilizar valores como la solidaridad, la equidad o la justicia para defender nuestros derechos y los de otras personas. Educar la conciencia también es ayudar a nuestro alumnado a que puedan hacer elecciones éticamente responsables y a que puedan participar:

• Primero, en la escuela, contribuyendo a un mejor clima escolar donde la violencia, el acoso, las adicciones o la discriminación no son posibles
• Más globalmente, como ciudadanos en la construcción de un mundo más justo, solidario y sostenible.