Niños soldado
Cada 12 de febrero se conmemora el Día Internacional contra el uso de Niños Soldado.
Se calcula que, entre 2005 y 2020, más de 93.000 niños y niñas fueron reclutados y usados en conflictos armados en todo el mundo. Esos son los casos que se pudieron verificar, aunque la cifra real podría ser mucho mayor.
Niños y niñas que se ven abocados a vivir la guerra de verdad, convirtiéndose en combatientes involuntarios. Muchos de estos niños están directamente en la línea de combate y otros son obligados a ejercer como cocineros, mensajeros, esclavas sexuales, para realizar ataques suicidas.
Durante el tiempo en el que estos niños están vinculados a las fuerzas y grupos armados, son testigos y víctimas de terribles actos de violencia e incluso son obligados a ejercerla. Los traumas emocionales que esto les puede provocar son difíciles de superar.
Algunos son secuestrados; a otros, la pobreza, los malos tratos, la presión de la sociedad o el deseo de vengarse de la violencia contra ellos o sus familias les llevan a unirse a grupos armados y empuñar un arma. Son víctimas inocentes de las atrocidades de la guerra. Para ellos, el regreso a su vida y la recuperación de su infancia es tan difícil que puede parecer casi imposible.
En los últimos años, las guerras cada vez son más brutales y más largas. Algunas las conocemos porque hemos oído hablar de ellas en los medios de comunicación, como Siria, un conflicto que se prolonga desde hace más de una década, pero otras son invisibles para la mayoría de nosotros, como Yemen, Sudán del Sur, República Centroafricana, Nigeria y muchas otras.
Niños soldado: la historia de Rosina
Rosina [nombre ficticio para proteger su identidad] estaba jugando en el patio de su casa cuando un grupo de hombres armados llegó a Paoua, la aldea donde vivía en el noroeste de República Centroafricana. Mataron a sus padres, pero ella consiguió huir. Rosina tenía solo 12 años.
Un grupo armado rival se aprovechó de que estaba sola y la reclutó en sus filas. “Me dijeron que cuidarían de mí”, nos cuenta, pero la realidad fue otra bien distinta: se pasaba todo el día cocinando, lavando ropa, comprando alimentos y buscando leña y agua para ellos.
Se enfadaban y me pegaban cuando la comida no estaba lista a tiempo. Sufrí mucho
- nos cuenta Rosina.
Después de cuatro meses de infierno, decidió escapar. Cansada, hambrienta y angustiada, Rosina conoció a Prisca, una madre soltera con dos niños que había huido a la montaña. “Decidí cuidarla como a mi propia hija”. Cuando pararon los combates, la invitó a su casa y Rosina pudo asearse y comer.
Acto seguido, se acercó a la ONG War Child, que financiamos desde UNICEF España –entre otras muchas organizaciones-, en busca de ayuda especializada. Tras un tiempo de recuperación física y mental, Rosina volvió a vivir con Prisca, que la adoptó, y con nuestra ayuda económica, pudo retomar la escuela con todo el material que necesitaba.
Las peores consecuencias del uso de niños soldado
Los niños soldado tienen la misma necesidad de sentirse amados, atendidos y seguros que otros niños. Sueñan con el futuro, gastan bromas y hacen deporte con las mismas ganas que cualquier niño que no haya estado en un grupo armado. Pero han vivido experiencias excepcionales que les acompañarán durante el resto de sus días.
- Secuelas físicas: pueden ser causadas por la propia batalla o ser fruto de las torturas y abusos por parte de sus jefes. Muchos niños son mutilados, sufren desnutrición o incluso enfermedades de transmisión sexual. En el caso de las niñas, muchas se quedan embarazadas por abusos sexuales.
- Traumas emocionales: el hecho de haber presenciado actos de violencia terribles o tener que cometerlos directamente les puede atormentar si no se les da apoyo psicológico. Muchas veces el primer acto que les obligan a cometer es matar a sus propios padres para romper el vínculo familiar.
- La dificultad de salir de la espiral de violencia y volver a casa:
- Porque pasan en el grupo o fuerza armada los años en los que desarrollan su personalidad, y aprenden a convivir en un entorno jerárquico y de violencia.
- Porque no saben dónde está su familia y comunidad y, cuando por fin se encuentran, a veces la familia los rechaza por su pasado, ya que tienen miedo a que los ataquen o no aceptan a las niñas cuando vuelven con hijos que han tenido durante su ausencia.
- Porque no han podido ir a la escuela y esto hace que sus oportunidades de un futuro mejor se reduzcan enormemente.
Por otra parte, las interrupciones en los servicios sanitarios y el cierre de escuelas que ocasionó la COVID-19, dificulta aún más la atención psicosocial a estos niños tras su liberación.
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