Irak: un futuro digno y en paz para los niños desplazados y refugiados
Decenas de miles de niños y sus familias que viven en campamentos en Irak gracias a la ayuda de UNICEF y otras organizaciones sueñan con volver a sus lugares de origen.
23/05/2023
Irak es uno de los países del mundo que más situaciones de conflicto ha sufrido en lo que llevamos de siglo; la última cuando el Daesh (Estado Islámico) impuso la bandera del terror en la zona oeste entre 2013 y 2017. Millones de personas huyeron de los territorios ocupados por los terroristas hacia otras zonas del país, especialmente a la relativamente rica y próspera Región del Kurdistán, en el norte. Aún a día de hoy quedan unos 32.000 niños y sus familias viviendo en campamentos de desplazados en esta región, saliendo adelante con el apoyo de UNICEF y la Ayuda Humanitaria de la Unión Europea (UE).
“La primera vez que dormí en el campamento sentí como si estuviera en un hotel de 5 estrellas. Había parado de escuchar el sonido de los misiles, de los disparos y de los ataques. Me sentí extremadamente a salvo y pude dormir tranquila”, nos cuenta Khadiga, una madre de 47 años que llegó al campamento de HassanSham U3 (a las afueras de Erbil, en el Kurdistán iraquí) en 2017.
En estos campamentos hemos levantado centros de protección infantil —apoyados por las autoridades y ONGs internacionales como Tierra de Hombres—, donde niños, niñas y adolescentes pasan buena parte del día asistiendo a clases y cursos informales de formación profesional, recibiendo ayuda psicosocial y sesiones de empoderamiento femenino, practicando deportes colectivos y actividades para trabajar las habilidades sociales como juegos tradicionales, bailes, cuentacuentos… Incluso vemos a chicas víctimas de violencia de género en tratamiento y a madres en programas de crianza.
Madres como Waheeda Qasim, de 26 años, que aprenden a cuidar a sus hijos con amor y respeto en vez de con violencia. Cuando Waheeda estaba embarazada de uno de sus hijos, el Daesh atacó su pueblo y mantuvo cautivas a todas las mujeres durante tres días. Después todas ellas pasaron un tiempo solas en las montañas, al borde de la inanición. Su educación tradicional y aquel trauma dejaron un poso de profundo malestar en Waheeda, a la que conocemos en el campamento de Bersive 1 (en la Gobernación de Dohuk, también en el Kurdistán iraquí).
“No sabía cómo tratar con mi primer hijo (Ayaz Adel); la mayor parte del tiempo estaba enfadada y descargaba mi ira contra él, incluso le daba palizas. Tampoco lo llevé a la guardería porque pensaba que no servía de nada”, explica. Ayaz enfermó de fiebre amarilla y, cuando se recuperó, no hablaba ni interactuaba con nadie. Waheeda se sintió muy culpable y aceptó la ayuda de UNICEF.
Desde que asiste a nuestro programa de crianza, es una mamá completamente distinta: su hijo mayor recibe terapia psicológica y ha mejorado mucho, el más pequeño crece en un ambiente respetuoso y ahora ella, lejos de agredirlos, les pide su opinión.
En uno de estos centros de protección observamos pasar también a un niño en silla de ruedas. Se llama Youssuf, tiene 11 años, una discapacidad de nacimiento y una sonrisa que apenas cabe en el espacio amigo de la infancia de UNICEF donde juega con una veintena de niños y niñas más. Allí todos lo quieren y se lo demuestran con miles de abrazos. Nos muestra orgulloso su boletín de notas; ha sacado un 10 en todo y es el primero de su curso.
Volver a su casa
Pero aunque para Khadiga el campamento fuese en su día un hotel de 5 estrellas, pese a que Waheeda haya aprendido a ser madre en uno de ellos y a que Youssuf se sienta plenamente integrado, casi todas estas familias comparten el mismo sueño, que es regresar a las ciudades y pueblos que las vieron nacer.
Algunas lo han intentado pero han terminado volviendo a uno u otro campamento, porque lo que suelen encontrarse es una vivienda en ruinas, falta de acceso a servicios básicos y unos vecinos muy desconfiados (por si se les asoció en algún momento al Daesh), además de que suelen carecer de documentación y recursos económicos suficientes. De hecho, el Gobierno iraquí ya ha iniciado el desmantelamiento de estos campamentos, pero UNICEF aboga porque el retorno sea siempre organizado, seguro, digno y voluntario.
Uno de los lugares de retorno por excelencia es Mosul, una de las ciudades más grandes de Irak que quedó en ruinas tras su ocupación por el Daesh entre 2014 y 2017. Allí pasamos una mañana con las niñas y adolescentes del centro de educación secundaria Haj Younis, apoyado también por UNICEF. Chicas empoderadas que nos contaron que querían ser periodistas, doctoras, poetisas…
También charlamos con la directora, Zeena Ghanim, una mujer valiente e inspiradora donde las haya, que convirtió la escuela en su fortaleza pese a que los terroristas asesinaron a su marido por televisión y a que cambiaron el curriculum a su antojo para que los niños y niñas “sumaran y restasen bombas en vez de manzanas”.
Refugiados sirios en Irak
En Irak, además de desplazados, hay una importante población refugiada: unos 240.000 niños y familias sirias que dejaron atrás la guerra que se inició en su país en 2011. De ellas, casi 100.000 viven también en campamentos. Como Samir Ahmed, de 14 años.
Samir tiene el aspecto propio de cualquier adolescente —una gorra visera, camiseta de manga corta con estampado, vaqueros ajustados tobilleros y unas playeras— si no fuera por las varias cicatrices de cortes profundos en una de sus muñecas. Su madre, Hamza, también las tiene. Ambos han intentado quitarse de en medio varias veces. La triste realidad es que los adolescentes que viven en campamentos tienen 4,5 veces más probabilidades de cometer suicidio.
Cuando vi a Samir y Hamza, hace apenas un par de semanas en el campamento de refugiados de Domiz 1, en el Kurdistán iraquí, me parecieron las personas más frágiles de este mundo: los dos enjutos, bajitos, encorvados sobre una silla y con una sonrisa permanente entre nerviosa y tímida.
Intento ponerme en su lugar y no puedo, pero pronto empieza a cambiar mi primera opinión sobre ellos: hay que tener agallas para abrirle tu corazón de par en par a un desconocido al que acabas de conocer, por muy trabajador de UNICEF que sea.
Samir, Hamza y el resto de su familia huyeron de Damasco al poco de iniciarse la guerra. Tardaron varios meses en salir de Siria y otros tantos en llegar a un campamento que por aquel entonces, en 2014, no tenía ni agua ni electricidad. Samir ha pasado más años de su existencia dentro que fuera del campamento; de hecho, no vive en una tienda de campaña sino en una casa de planta baja, muy humilde, eso sí.
“Ha mejorado muchísimo, sobre todo en cuanto a relación con sus pares y manejo del estrés y la ansiedad”, nos revelan nuestros compañeros de protección infantil de UNICEF, que le prestan apoyo psicosocial en su entorno (su casa, su barrio, su colegio) un día a la semana. Samir se va soltando poco a poco y nos confía que su sueño es viajar a Alemania, donde tiene familia, y formarse para ser doctor.
Cuando se despiden, tanto él como su madre comienzan a esbozar una sonrisa, cada vez más ancha y relajada, y agitan sus manos. No me lo han dicho, pero ahora sé que necesitan que su historia se comparta, que otros conozcan su realidad y que sigamos apoyándolos para que un día puedan salir del campamento y reiniciar una vida normal. Si ellos no se rinden, nosotros tampoco.