La infancia perdida de República Centroafricana
Este post ha sido publicado en el blog 3500 Millones de El País
François destaca entre la multitud de niños que se encuentran en uno de los mayores campos de desplazados de la capital de la República Centroafricana.
François vive en el suelo de la iglesia más grande de la ciudad desde el 5 de diciembre, fecha en la que estalló la violencia en Bangui y casi dos tercios de los residentes tuvieron que huir a uno de los 65 campos de desplazados improvisados.
Nos cuenta qué es lo que más echa de menos de su antigua vida: sus hermanos y su hermana, que huyeron a la selva de las afueras de la ciudad; sus mejores amigos y profesores, que se dispersaron por diferentes campos de desplazados; y su escuela.
“Echo de menos aprender”, dice antes de describir el estado en el que se encuentra su colegio. “Se llevaron el tejado, ya no hay puertas y han robado todo lo que había dentro”.
En el último año los colegios de la República Centroafricana han sido saqueados, ocupados por grupos armados o personas desplazadas y dañados por balas y proyectiles.Todas las escuelas están cerradas en Bangui desde el 5 de diciembre.
Los niños como François llevan dos meses sin ir a clase, algunos incluso más, ya que la inseguridad ha provocado el cierre de muchas escuelas. UNICEF está trabajando para atajar esta situación, construyendo aulas temporales en los principales campos de desplazados para más de 20.000 niños de 3 a 18 años.
Regresar a la escuela es fundamental para los niños atrapados en medio de un conflicto. Les permite recuperar una sensación de normalidad y estabilidad, y tener un espacio seguro para aprender, lejos de peligros como ser reclutados por fuerzas y grupos armados, el trabajo infantil, la explotación sexual y otras formas de abuso. Además, si no se recupera la educación al principio de una crisis, una generación entera puede quedar anulada para contribuir en la recuperación de su sociedad.
Los adolescentes corren mayor riesgo de dejar el colegio después de un conflicto. Niños como Benoit, a quien conocemos en una de las aulas temporales. Tiene 16 años y dejó de ir a clase hace 5 meses, cuando las fuerzas rebeldes se instalaron cerca de su casa. Debido a su edad, las probabilidades de ser reclutado por un grupo armado son mucho mayores.
“Uno de los grupos se llevó a un amigo”, cuenta. “Tenía miedo de salir de casa para ir al colegio”.Benoit nos dice que está muy emocionado por volver a clase, aunque sea debajo de un toldo de lona en el campo de desplazados.
“Siento que estoy olvidando cosas”, afirma. “Quiero continuar estudiando y llegar a ser una persona responsable en este país”.
Las aulas temporales no son el único lugar donde los estudiantes pueden ponerse al día tras varios meses sin ir a la escuela. También son lugares seguros donde pueden expresar sus sentimientos sobre lo que han visto y donde los profesores pueden ayudarles a sobrellevarlo. Anne, una maestra experimentada lo tiene claro: “Me gustaría asegurarme de que no actúan con violencia y venganza, sino con honestidad y amabilidad. Un país sin educación no tiene futuro”.