Creciendo en Domiz: un año en un campo de refugiados

Gulnar, de 9 años, lleva viviendo en el campamento de refugiados de Domiz, norte de Irak, desde hace un año pero todavía pregunta a su madre cada día cuándo volverán a su casa en Damasco

Su madre, Avin Ahmad, está muy preocupada por el impacto que tendrá sobre Gulnar y sus tres hijas pequeñas de dos, cinco y seis años, el hecho de permanecer tanto tiempo en el campo de refugiados.

“En Siria tenían muchos juguetes y su abuela estaba frecuentemente en casa con ellos, pero aquí no tienen dónde jugar, así que juegan en el barro frente a la tienda. Es una vida terrible para ellos”, explica Avin. “No me escuchan. Ahora son niños diferentes.”
 

Flujo constante de refugiados

Gulistan también lleva enDomiz desde abril del año pasado. Vive con su marido y sus cuatro hijos y cuenta lo difícil que es la situación, sobre todo para sus hijos que estaban acostumbrados a vivir en su propia casa, ir a la escuela y tener comodidades. 
 
“La vida es dura para los niños en la tienda”, dice Gulistan. “Nosotros vinimos en primavera, y el verano nos estaba esperando.  Maté tres serpientes venenosas y varios escorpiones cerca de nuestra tienda ese verano”. 
 
Loa residentes de larga duración se tienen que acostumbrar también al flujo constante de visitantes. Como el campo de refugiados está superpoblado, con 40.000 personas en una zona destinada inicialmente para 20.000, elhacinamiento es una constante. 
 

Construyendo una nueva vida

Actualmente, el campo está creciendo y cambiando. UNICEF ha ayudado a establecer y apoyar un Espacio Amigo de la Infancia; está proporcionando asistencia, incluyendo suministros y restauración de las instalaciones de agua y saneamiento de las tres escuelas del campamento. Además, está apoyando la red de agua del campamento y está trabajando para ampliar la respuesta ante las crecientes necesidades de los niños y sus familias. 
 

Gulistan y Avin salen adelante

Para Gulistan y su familia las cosas han mejorado desde que llegaron; ella es ahora voluntaria con ACNUR, su marido enseña en el colegio del campamento, y su hijo mayor ha recibido una beca para una escuela en Dohuk. “Estamos ocupados y felices otra vez”, asegura.
 
Avin también ha hecho lo que ha podido para establecer una nueva vida en el campamento, y ha abierto un salón de belleza. Inicialmente alquiló una tienda en las cercanías deDohuk, pero cuando su marido encontró un trabajo como profesor en el campamento, el equilibrio del cuidado de los niños y el trabajo era  tan difícil que cambió su salón al campamento. 
 
“Aquí en el campamento la gente no tiene dinero, así que yo presto mis servicios gratis o muy baratos”. 
 
Aunque ambas han trabajado muy duro para mejorar su situación, ninguna quiere quedarse un año más y su mayor sueño es volver a casa