Turquía: las familias sirias cuentan sus historias en el campamento de Bab Al Salama
En noviembre pasado, Bassam Guan, padre de 4 hijos, fue a su trabajo en su ciudad natal, Marea, en la zona norte de Siria. Su familia nunca lo volvió a ver. Esa tarde, la planta fue bombardeada por aviones de guerra. Guan y nueve de sus compañeros murieron en la explosión.
Las familias en el campamento de Bab Al Salama
Seis meses después, su hijo Aysa, de11 años, se encuentra en el campamento de
refugiados Bab Al Salama, en la frontera norte de
Siria con Turquía. La familia vive en un pequeño cuarto de
cemento.
“Ahora no sonreímos, después de que mi padre murió. Pasamos
los días caminando en el barro, buscando comida y agua”,
dice.
“Mis hijos no están recibiendo muchas cosas básicas aquí, como
una educación adecuada o libros”, dice. “Están en retroceso”, dice
Raya, la madre de Aysa.
“Yo quería ser profesor, pero ahora ¿dónde está la escuela
para aprender?”, dice Aysa.
La muerte de su marido significa que Guan debe
preocuparse sola de cómo va a mantener a sus hijos, ya que
todos ellos son menores de 13 años.
“Después de que mi marido muriera”, dice, “me quedé con cuatro
hijos pequeños. Por supuesto, ellos no pueden tener trabajo, ya que
son demasiado pequeños. Me siguen pidiendo dinero para la ropa y
otras necesidades, y yo no puedo hacer nada al respecto”.
Tratar de superar la situación
Con el fin de generar ingresos, muchos refugiados de los
campamentos han recurrido a la venta de dulces, refrigerios y otros
productos como velas y jabones.
Ibrahim Abdel Ghani fue conductor de ambulancias en Alepo,
antes de que la guerra se extendiera por su barrio. Ahora vende
falafel en un puesto improvisado en el barro. Su hijo Mohammed, de
12 años, intenta ayudar vendiendo en el campamento paquetes
pequeños de galletas, con poco éxito.
“Vendemos dulces y galletas y tratamos de ayudar a nuestro
padre”, dice. “No estamos ganando mucho, la gente solo nos da
propinas”.
“Necesitamos ropa y alguien que arregle el
cuarto de baño”, dice, “pero lo que queremos con más
urgencia es comida”.
Jugar como terapia para los niños
Samir Belshi, que era profesor de arte en Damasco, está
trabajando para una ONG que trabaja para que los niños
jueguen en tiendas de campaña especialmente
construidas.
“La mayoría de los niños tienen los mismos problemas, debido a
la violencia y la destrucción”. “Si ven un avión, empiezan a
temblar y se asustan. Tienen miedo de cualquier ruido fuerte,
incluso del sonido de un automóvil”, añade Samir.
Las paredes de la oficina de Belshi están adornadas con obras
de arte de los niños. Los dibujos muestran el horror que
han vivido.
“Los niños son inocentes. No han hecho nada
malo. No han destruido nada ni han derramado sangre. Pero
ellos están pagando el precio”.