Recordando a Haheen
Haheen es una niña siria que aún no ha cumplido los dos años, la más pequeña de la familia Abdallah. Huyeron de su casa en las afueras de Damasco a finales del año pasado después de que un grupo de personas destrozara su tienda, el negocio familiar que les servía de medio de vida, y les amenazara. No saben por qué, solo saben que tuvieron mucho miedo. Los padres vieron que la vida de sus cinco hijos corría un peligro real, y los niños sintieron que crecía un terror que ya tenían dentro por el sonido repetido de las bombas.
Les conocí este verano en un viaje al Kurdistán iraquí como embajador de UNICEF y no puedo olvidar que ya hay más de un millón de niños en la misma situación que Haheen. Alcanzaron una frontera como pudieron, en coche primero y a pie después, y se convirtieron en refugiados en otro país. Haheen no sabe lo que esto significa, mira alrededor y escucha atenta a lo que me cuenta su familia.
Su padre, Abdallah, lucha para conseguir que sus tres hijos y dos hijas crean que las cosas más terribles que vieron en sus últimos meses en Siria eran pesadillas. Solo quiere trabajar y que sus niños tengan salud, tranquilidad y una escuela a la que ir. Sus hijos mayores hablan de la escuela como de un sueño, se les ilumina la cara con el recuerdo de ir clase, pero aquí aún no han podido empezar el curso.
Entraron en Irak por Dohuk, donde ya no había sitio en el campo de refugiados... Miles de sirios salen cada día de su país, los campos se quedan superpoblados rápidamente y no es nada fácil ampliar porque tiene que haber unos servicios mínimos para que todas estas personas tengan sus necesidades cubiertas. El campo que visité este verano, Domiz, en un año ya había triplicado su capacidad, pero muchas familias que no tenían sitio al llegar se fueron instalando en la ciudad, en comunidades que han cedido bloques de apartamentos para alquilar a bajo precio.
Haheen y su familia comparten vivienda con otra familia de refugiados, se las arreglan con algo de ayuda para las necesidades más básicas y las organizaciones humanitarias están intentando llegar a todas estas personas, pero no es fácil. Me explican que hay cientos de miles de personas en esta situación en los distintos países que están acogiendo a refugiados, que es lento y difícil saber dónde está cada una de estas personas y que, cuando se les localiza, hay que ir puerta a puerta averiguando cuáles son las necesidades, encontrar la forma de ayudarles y, además, tener recursos para poder hacerlo.
Leo titulares de que sigue y sigue aumentando el número de refugiados y me imagino a las miles de familias que, como la de Haheen, se encuentran ahora sin nada, dependiendo de la ayuda humanitaria y con una dolorosa incertidumbre sobre el futuro de sus hijos. Ojalá un día vivamos en un mundo en el que todas las niñas como Haheen tengan la seguridad de que crecerán con salud y yendo a la escuela cada día por un camino sin guerras.